viernes, 19 de marzo de 2010

Hoy nos reimos más

Desde que trabajo en el ámbito del ocio me río más, y lo más fantástico, las personas con las que interactuamos a partir de nuestra intervención, también parecen más contentas.

Unos años atrás, mi intervención profesional, estaba vinculada a lo laboral o para ser más exactos, a lo prelaboral, con resultados no siempre del todo satisfactorios para los usuarios del servicio. En muchas ocasiones, el proceso vivido, acababa llevándolos a la conclusión de que, con probabilidad, el final del mismo, no seria una inserción laboral; esto que, desde el punto de vista del profesional, significaría un proceso de toma de conciencia de sus posibilidades y de sus dificultades, (conciencia de trastorno) y en consecuencia, le otorgamos un valor positivo; es en muchas ocasiones, un proceso bastante demoledor para la persona en cuestión.
Los profesionales lo entendemos como la puerta para elaborar sus perdidas y el camino para reconocer las capacidades conservadas, que le podrán conducir hacia un itinerario de vida diferente, pero es que muchos no quieren ese modo de vivir distinto al resto de sus conciudadanos, la temible normalidad alimenta nuestras expectativas de tener un lugar reconocido por todos. ¡Que terrible la construcción social de la normalidad!

Por eso haciendo actividades de ocio, nos lo pasamos todos, bastante mejor, de hecho, algunos compañeros, me comentan que les da un poco de apuro cobrar por una tarea como esta; yo no siento apuro, creo que es una intervención profesional que da más satisfacciones que otras pero implica un compromiso con unos objetivos tampoco especialmente senzillos; garantizar que los socios del club social, van a tener la oportunidad de generar roles sociales gratificantes para sí mismos y para los que les rodean, a través del ocio, no es cualquier cosa; el "ocioso" no suele estar bien mirado, así que demostrar que desde el ocio se pueden plantear papeles activos de inclusión en la comunidad que, a la vez sean comprometidos con la misma, es una tarea ardua que todos los que trabajamos en esa dirección, tenemos, me parece, el propósito de conseguir.

Para ello, el club debería ser entendido como un espacio de producción creativa y social, además de como un lugar que genera oferta de ocio para personas con trastornos de salud mental, de hecho el ocio lo genera la comunidad y el club participa de el, y es también la comunidad la que genera oportunidades de participación social que tenemos que acercar a nuestros socios, como un equipamiento comunitario más, que pueda ofrecer a los ciudadanos de su entorno, el poder compartir aquello que genera.

miércoles, 10 de marzo de 2010

Relación de ayuda

Cuando trabajas con personas con graves dificultades de salud, de vida, yo diria que, inicialmente, te situas en un polo opuesto, a saber, como alguien en cierta medida, privilegiado, con más suerte o mejores condiciones vitales, y es desde ese punto que puede surgir el deseo de ayudar a otros con circunstancias vitales desfavorecidas.

Me he preguntado muchas veces que me empujaba hacia mi profesión, que nos empuja a todos los que tenemos una relación con profesiones sociales; leia hace tiempo un postulado de un psiquiatra, creo recordar que su apellido era Hinshelwood, que decia que los que trabajamos en salud mental estamos motivados por la culpa; no se si entonces entendí demasiado bien que era lo que proponia; entonces lo asocie a una culpa generica, primigenia; tiempo despues, leyendo algunas declaraciones de conocidos escritores que habian sufrido la persecución nazi,en las que la mayoria de ellos hablaban de la culpa del salvado; imagine que lo que aquel psiquiatra podia plantear, esta quizas, más relacionado con el sentimiento de culpa por no estar entre todas esas personas que por multiples razones, padecen trastornos de salut mental, por no estar entre esos tantos millones de personas que sufren situaciones de desamparo y estigmatización.

Si bien la culpa parece necesaria para desarrollar la capacidad de reparar, tambien puede ser peligrosa si no modulamos su intensidad, pues las condiciones para desterrar los estigmas y prejuicios, no dependen de un solo individuo, en este caso el trabajador social, psicologo o el resto de profesiones implicadas, es un trabajo común el que posibilitará el cambio, es un trabajo de instituciones y no solo de personas, es un trabajo de la comunidad y no solo del que vive el estigma.

La otra cara de la culpa, me parece, es la omnipotencia y el narcisismo profesional, considerar que un único criterio es valido, que una sola intervención logrará el cambio, la inclusión; es bastante fácil sentir la "embriaguez" del trabajo bien hecho, cuando constatamos los avances del otro (habria que ver si ese otro lo vive como tal o en la misma medida que el profesional) efecto engañoso por demás, puesto que no siempre ese supuesto avance será permanente, como casi nada en el vivir.

Acomodarse al tempo de la otra persona será un aliado contra la frustración, la propia y la del otro, que es en definitiva el objeto de nuestra intervención, en última instancia es el o ella el que pondrá los límites a nuestra ayuda, con sus posibilidades y su deseo, por más que este pueda estar afectado, por el mismo trastorno.

lunes, 1 de marzo de 2010

Percepciones

Hace años, bastantes ya, cuando aun no conocía, salvo a través de la teoría, la literatura y los prejuicios propios de nuestra sociedad, el significado real de sufrir un trastorno de salud mental, inicie un contacto que de forma intermitente ha estado presente en mi vida tanto profesional, como en el área más privada.


Debo reconocer que, durante un tiempo, temí que un trastorno de esa índole, se hiciera presente en mi, ¿porqué era joven y todavía no encontraba una canalización factible a la angustia de crecer y hacerme adulta? ¿porque cómo los médicos recién titulados, todos los síntomas que veía a diario, los hacia míos sin parar?. El caso es que los primeros años de trabajo en rehabilitación, cuando apenas teníamos modelos ni servicios en nuestro país, resultaron difíciles, personalmente, con el panorama de recursos en aquel momento, creer que la inclusión social era posible, para todas las personas con otros perfiles humanos que los considerados “normales”, se convertía en toda una cuestión de fe, y quizás por juventud, inexperiencia y otras cuestiones, claudique en mi intento de profundizar en la relación de ayuda en la que me había embarcado algunos años atrás.


Pero como todo parece cíclico en este discurrir vital de cada uno, de nuevo tuve oportunidad de volver a trabajar en este ámbito, una década después, con más vida, (o sea con más años) experiencia, confianza en mis capacidades profesionales y una renovada fe en que hay que seguir buscando posibilidades de ampliar ese embudo que determina los roles sociales que podemos ejercer para ser uno más, para formar parte de la comunidad que nos acoge o debería acogernos a todos, con nuestras capacidades y discapacidades que es lo que caracteriza al ser humano, justamente.


Porque nos guste o no, necesitamos apoyos a lo largo de varias de las etapas de nuestra vida, algunas muy claras otras no tanto y lo que nos hace parte de una comunidad es nuestra percepción y la de nuestros conciudadanos de que en el recibir, también aportamos y eso debemos hacerlo posible entre todos, si cerramos puertas a algunos por sus dificultades, estamos negando una de nuestras esencias, la del apoyo mutuo para avanzar como sociedad.